Ciudades enteras por todo el mundo son pasto de las llamas. La gente huye desesperada bajo la atenta mirada de los seres que surcan el cielo. Allá arriba, a lo lejos, se distinguen varias nodrizas que expulsan multitud de naves. Puntos negros, como moscas que se alimentasen de cadáveres, lo cual, aunque triste, no es tanto metáfora como realidad.

Los niños lloran, los padres luchan y mueren y, en definitiva, la destrucción se apodera de la Tierra. Ninguna especie tiene permiso para sobrevivir a esta batalla sin cuartel.

A medida que el fin se aproxima, ves cómo otro tipo de seres comienza a descender. Recuerdas entonces aquella serie, «Evangelion», y comprendes que la pesadilla se ha hecho realidad. Ya están aquí, y no vienen a por ti, sino a por tu planeta. Estás seguro de eso cuando les ves quemar todo cuanto se encuentra a su alcance. Piensas que en ningún sitio estarías a salvo… y entonces vuelves a mirar hacia arriba. En ningún sitio excepto en los tejados. Sí, es posible que ahí arriba haya esperanza. Al fin y al cabo, estos robots no son tan altos y no podrían verte. Además, hay muchas menos naves surcando el cielo. Sin duda, piensas, es la mejor opción.

Pasas junto a personas carbonizadas, muertas en la batalla que tiene lugar a escasos metros de ti. Con cuidado de que no te escuchen te diriges al edificio más cercano. Te escondes entre los cadáveres cuando ves a una patrulla de ciborgs que se aproxima, apagando con sus láser el llanto de los moribundos.

Silencio.

No respires, te dices. Ya se alejan…

Cuando desaparecen de tu vista sabes que no puedes perder el tiempo. Esta vez no valen los amagos. Nada de tres vidas. Esto es real y solamente tienes una oportunidad.

Corres hacia el hueco humeante donde hace una hora había una puerta y subes deprisa por las escaleras. Estás asustado. Ahí dentro no se escucha nada más que el sonido de la destrucción.

Por favor, haz que se calle, rezas una y otra vez, como en una letanía, hasta que te detienes, dos pisos más arriba, con la visión de un cuerpo tirado en el suelo. Por su aspecto dirías que ha muerto de una sobredosis. ¿Fue antes o después de la masacre? Olvidas este pensamiento cuando ves junto a él un objeto de color azul. ¡Un iPod! Sin dudarlo un segundo lo coges y te pones los auriculares. La reproducción está activada. Es música electrónica, la que siempre has odiado, pero no hay tiempo para mucho más. Es mejor que el sonido de la guerra, piensas, así que subes el volumen y sigues adelante.

No tardas demasiado en llegar al final. Desde la ventana ves el horror, pero te sientes a salvo. Te dejas caer en un sillón lleno de polvo mientras fijas tu mirada en un letrero luminoso, aún encendido por alguna extraña razón. Canabalt, lees. ¿Será una empresa?

Por encima de la música, sonidos de disparos te sacan de tu abstracción. ¡Te han descubierto! No sabes por qué lo haces, pero corres hacia la ventana y saltas.

Caes rodando en el tejado de otro edificio junto a un montón de cristales. De repente estás fuera, eres vulnerable y entiendes que tienes que continuar.

Sigues cada vez más rápido, acompañado de la música electrónica. Mientras lo haces sientes que vuelas, saltando de un sitio a otro. Te ves desde el exterior, como si alguien te estuviese controlando en una especie de juego macabro, y te dejas llevar. Mientras tanto, los edificios caen tras de ti.

No te importa. Una fuerza extraña te domina y hay una palabra que se repite alta y clara en tu mente: supervivencia.

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